31 octubre 2008

victoria singular

Hay quienes, cuando están cansados o estresados, se enferman... que porque se les bajan las defensas. Eso es algo que siempre me ha costado entender, como el tener que cederle el puesto del bus a una mujer embarazada cuando ¿qué culpa tengo yo de que ella esté embarazada?, o como el aguacero cuyo desate está misteriosamente conectado con los zapatos que me pongo o con el paraguas que meto o no meto en el bolso... o la horrible voz con acento español que tiene el anunciador de paradas del transmilenio, o la horizontalidad de la clavícula...
Enfin. Hay quienes somatizan el cansancio o el estrés. Y me sentía yo victoriosa de saberlo y de, por ahí mismo, evitarlo. Pero recientemente constaté -por estar confrontada con el estrés y el cansancio, hijos bastardos de un trabajo ingrato y absorvente- que a mi me pasa algo más grave, algo que no se cura con aspirina o con el semiatentos cuidados de un médico. Cuando me vence el cansancio, cuando me dejo sepultar por el estrés, se me baja la fe.
Cuando me canso, dejo de creer.
***
No obstante... en todo hay una victoria singular. En el dinero que llega a henchir las arcas vacías y facilitar así la felicidad que no hace. En los pequeños cumplimientos de las pequeñas promesas de los pequeños compromisos humanos. Y en ciertas cosas, incluso, hay algo más que una victoria singular: hay una alegría, una maravilla, un regocijo sin consecuencias. Por ejemplo, la secreta alegría del lápiz nuevo que se taja en punta milimétrica con un taja-lápiz nuevo, de metal cromado... el suave carraspeo de la madera contra la cuchilla y verla salir hecha una espiral con bordes ondulados color naranja... el olor del papel blanco, el sonido del papel blanco y grueso, el sonido del lápiz recién tajado en el papel blanco y grueso.
¿Nada del otro mundo? cierto... nada más que el encantamiento simple, que salva un día entero de incomprensiones y derrotas.

04 octubre 2008