Relato corto de una vida larga
Denis estaba muy deprimido. Todo iba mal. Su vida le parecía una mierda.
Entonces pensó que lo mejor, definitivamente, era matarse. Pero enseguida reflexionó: en realidad, si que matarse era la opción indicada, pero había que esperar el próximo momento en que fuera feliz. Porque claro: es demasiado fácil matarse cuando uno está mal. Es darse del todo por vencido. En cambio, si uno se mata cuando está feliz, el que gana es uno. Esa si que es la victoria: derrotar a su propia vida.
Entonces, Denis así lo decidió: en cuanto fuera feliz de nuevo, se mataría.
Pasó un poco de tiempo.
Para Denis la vida seguía siendo una mierda, por lo tanto seguía vivo.
Un día, su jefe lo mandó llamar. Le dijo que la empresa estaba yendo muy bien y que habían decidido darle un aumento. Denis se alegró mucho, en primer lugar. Dijo que ya no lo esperaba. Su jefe entonces le preguntó si llevaba mucho tiempo esperando, a lo cual Denis contestó que si, que llevaba mucho tiempo esperando y que francamente le parecía que se habían pasado haciéndolo esperar tanto. El jefe se enojó un poco y le preguntó a Denis si no estaba satisfecho ahora, aunque hubiese tardado tanto el aumento. Entonces Denis le dijo que no, que no estaba satisfecho, porque un aumento no bastaba para borrar todas esas horas pasadas trabajando con imbéciles haciendo un trabajo inútil y ridículo. El jefe le dijo que si no estaba contento de trabajar allí, nadie lo retenía. Así que Denis cogió sus cosas y se marchó gritando insultos y dando un portazo.
Cuando se presentó, unos días más tarde, en la oficina de empleo, la señorita le dijo lo que ya sabía: que al no haber despido, sino baja voluntaria, no tenía derecho a nada. Tal vez ante la congoja de Denis, y porque no dejaba de ser guapo, la señorita le dijo que había muchas ofertas de empleo en el sector en que él trabajaba y que pronto encontraría otro trabajo. Denis le contestó que a ella qué coño le importaba, le preguntó si le había visto cara de mendigo o de inválido, y se marchó de la oficina de empleo tratándola de garrula.
No obstante, días después, Denis consiguió otro trabajo. Mejor dicho, el mismo, pero en otra empresa y menos remunerado.
La vida de Denis estaba peor que antes. Peor que una mierda. Por lo tanto, estaba vivo aún.
El inverno huyó despavorido ante el plumerío de la primavera.
Una mañana, mientras esperaba el autobús, una mujer se le acercó para preguntarle por la calle Calábria. Denis sabía bien donde estaba la calle Calábria, puesto que ahí era donde vivía. Y además, aquel día, andaba despistado.
Amablemente, le indicó a la muchacha por donde estaba la calle Calábria y ésta le dirigió una encantadora sonrisa a modo de agradecimiento. Denis andaba despistado, así que le preguntó qué buscaba exactamente. Ella contestó que tenía cita en una oficina de conciliación porque había demandado a su empleador por racista y sexista. Denis, dijo “ah” alzando una ceja. Elle se apresuró en decir que la cita no era sino media hora más tarde, dejándole a Denis la brecha por la que se metió para que fueran a tomarse un café antes de la cita. Y del bus.
La chica era hermosa. E inteligente. Divertida también. Sin embargo, Denis empezó a sentirse incómodo. Empezó a pensar que llegaría tarde al trabajo. Empezó a mirarla de otra manera: era ella quién lo había distraído de sus obligaciones. Ahora la miraba hablar, pero no la oía porque pensaba lo muy arrogante que en realidad parecía, lo engreída y egoísta que probablemente era. Lo celosa tal vez y cantaletera que resultaría.
Entonces, Denis se levantó de la mesa sin decir palabra. Fue al mostrador y pagó lo suyo en la cuenta. Luego depositó el platito en la mesa delante de ella y, cuando ella, perpleja, le preguntó lo que le sucedía, él le soltó: “voy a enamorarme de ti, voy a desearte, y luego empezarán los problemas, entonces lo dejaremos porque nos querremos pero no nos entenderemos, y luego tendré que echarte de menos. Dejémoslo mejor aquí”, y salió del café corriendo porque había visto el autobús llegando a la parada.
Así pasaron mucho años. Como cuarenta.
Las veces que la felicidad intentó acercársele, siempre trajo consigo una excelente razón para que Denis la apartara de un manotazo. Fueron muchas oportunidades, muchas mujeres, muchas primaveras las que apartó.
La noche que siguió a la tarde en que su médico de cabecera no se atrevió a diagnosticar lo que el oncólogo luego llamó “leucemia”, añadiendo “avanzada”, Denis soñó que alguien le decía “después de todo, ningún día es un mal día para matarse, ¿no crees?”.
En la mañana, vio en el espejo a un hombre viejo y sospechó que ese viejo, el mismo que había querido morir joven y feliz, era el único responsable de que hubiesen tenido ambos una vida de mierda.