11 julio 2010

Capítulo X : Sín título


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“Yo lo hacía dormido en el hotel…” – decía Karen.
Las películas y las novelas de amor, que tanto daño le han hecho al amor, conducen entre otras la creencia de que, cuando uno ama profundamente, puede sentir si algo malo le sucede a la persona amada. Pero Karen, esa noche, no había sentido nada, y cuando le contaron que Nils había recibido dos tiros en pleno pecho a la salida de la reunión que atendía en San José como líder regional para la defensa de una protección total de los parques naturales contra la amenaza del turismo, cuando le explicaron que había sido transportado al hospital mientras se ahogaba en su propia sangre porque uno de sus pulmones había sido perforado, y que al llegar al hospital los médicos no habían hecho más que pronunciar la hora de la muerte, y cuando a su pregunta contestaron que en la ambulancia Nils no había pronunciado palabra, ni llamado nombre alguno, Karen simplemente recordó su cena, junto con Mayarú que no quería comerse el calabacín rebozado, y las velas que había encendido a causa de una falla eléctrica demasiado habitual para alarmarse, y recordó haber levantado los platos de la mesa y arrojado los restos en la basura para no tener que sacarlos luego del fondo del platón, porque le daba asco tener que hacerlo cuando era tan sencillo vaciarlos antes, y recordó haber salido a la playa después de arropar a Mayarú, sabiendo que la niña se acostaba aterrorizada, como cada noche, en vilo por el grito gutural del mono aullador, y había mirado las estrellas, casi ausentes esa noche, y había observado una nube alargarse al horizonte pensando “debe de haber tormenta en alta mar”. Recordó haberse acostado y haber conciliado el sueño sin mayor problema, y dentro de todos esos recuerdos que vivía y revivía no encontraba en ningún lugar esa señal, esa sensación en sus fibras señalándole que, en esos mismos instantes, su marido recibía dos impactos que le atravesaban el tórax como punzones de fuego, quemándole la piel alrededor de los orificios, y caía sobre el asfalto de una calle, quizá su cabeza se golpeaba contra el borde de un anden, y ella no lo había sentido, ella no había sentido nada, ni siquiera algo leve, algo que pasara inadvertido en su momento pero que pudiese ser recordado luego, para poder decir “yo lo supe de inmediato" cuando las balas lo atravesaron, cuando cayó como tocado por un rayo de tinieblas, cuando los coágulos de sangre se amontonaron en tus bronquios y en tu tráquea, y cuando los tosiste para expulsarlos e intentaste tomar aire, un último aliento ahogado en el metálico trago de tu sangre ya negra, y lo supe en mis células y en las raíces de mis cabellos cuando tus ojos se tornaron de vidrio y tu cuerpo se distendió por fin, sin más esfuerzo, exhalando hasta por los poros aquel aire pobre que no llegaba hasta el pulmón sano, y lo sentí cuando tu corazón agotado rindió su último latido, con la potencia del intento final, que calentó todo tu cuerpo perdido y te dejó morir mecido en una sensación de placidez y de plenitud sin límites.
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