23 octubre 2012

21 octubre 2012

Instantánea

Hoy pasó una gran nube azul oscura sobre Playa del Carmen, lo cual no me disgusta.

Ayer, andando por la federal para agarrar el colectivo con destino a Ciudad Cancún, el sol se me figuró como algo que me estuvieran vertiendo encima, un metal líquido, en fusión, que hace arder y fundirse la piel y la acera del mismo modo; y todo parece siempre borroso, pero no sé si porque se está efectivamente fundiendo o por el sudor que los párpados esparcen sobre los ojos a cada parpadeo.

Y hoy, sopla una brisa potente desde el mar para traer sobre el pueblo esa gran esponja cargada, y cuando se detiene, tan baja que casi basta con alzar la mano para tocarla, se suelta a llover con ganas y los árboles y palmeras se quedan inmóviles, con las hojas como palmas abiertas hacia arriba, pareciera que se ríen.

No dura mucho, unos minutos no más. Pero las casas, los andenes, los perros, las personas, cada objeto, el pueblo entero se ha solidificado, ha vuelto a sus contornos materiales, y ha dejado de vibrar en su espacio de aire, y me parece que lo veo todo, por primera vez en cinco días, tal y como debe ser en realidad.

Pronto clarea ya una luz sobre el mar, y pronto todo se pone a arrojar su sombra de nuevo, aunque un poco más tenue que antes. Y a todas estas, el calor no bajó sino pocos grados, pero se mantiene así, suave.

Los aguaceros al borde del caribe traen algo al presente desde los horizontes más alejados de la memoria, algo que no terminó de dejar rastro. Por lo instantáneos, siempre parecen cosa del pasado, como una fotografía. Carecen de esa insistencia agotadora, rutinaria, de la llovizna.