23 mayo 2009

La venta de shanghai

Me fui muy tempranito, muy ocho y media de la mañana, caminando por Nicolas de Federman hacia la treinta pa agarrar transmilenio hacia la avenida Suba donde quedan los edificios de Caracol Televisión, para una entrevista con el director, Camilo Durán, esta mañana. Llevaba shanghai, el corto, en su sobrecito de DVD grabado, entre mi mochila.
El lugar es hermoso: tiene un patio en medio de los edificios, parecido a los de La Défense, en París, con caminitos de piedra por entre jardincitos con laguitos llenos de piedritas redonditas en el fondo (todo apela mucho al diminutivo, lo siento), y con papiros por todas partes, que están de moda, y palmeritas (ajá). El día está despejado y un solecito de mañana altiplanezca me llega, aunque no me quita del todo los nervios. Llego pensando "tengo que ir segura, tengo que venderle la idea, el corto es bueno..." y termino dándome una pequeña bofetada virtual: ¿a quién intento convencer? a mí misma, por supuesto.
Lleguo y el señor muy formal me recibe de una. Conversamos un rato, me dice que él no sabe bien pero que me consigue el dato en Cine Colombia pa vender el corto. Me ofrece café. Nos vamos a su oficina para verlo en un televisor de pantalla enorme. Y empieza. Y claro... yo le veo todos los defecticos... una miradita a cámara de Chloé, una luz sobre la espalda de Yoan... y la voz en off... cada vez me parece más torpe, más aproximativa, más poco acertada... pero bueno, el que lo ve por primera vez pues no se da necesariamente cuenta y además, puede que sólo sean bobadas mías, de eterna insatisfecha.
Se termina. Prende las luces de la oficina y saca el DVD sin decir nada.
Yo lo recibo y de una le pregunto, tipo revolver: ¿cómo te pareció?
Me pide que tome asiento... y en tres minutos me destroza el corto. Me lo deja echo pedazos sobre el escritorio lleno de papeles.
Me dice que lo que menos le gusta, lo que le disgusta incluso, es la voz en off. Me dice que la persona que la lee no es que lea mal, no, puesto que no se equivoca ni nada, pero claramente se nota que no es su oficio y que está precisamente muy bien LEÍDA (hace énfasis...). Para un instante y me mira como preguntando si sigue adelante. Yo asiento. Me dice que esa voz no transmite nada e incluso que vacía el texto, le hace perder toda fuerza y todo sentido, y se pregunta en voz alta, con una mueca, si es que pretendo conmover a alguien con esas imágenes que la voz insulsa hace parecer trilladas y huecas. Continúa entonces destrozando el texto: me explica que los dos planos, el visual y el auditivo, muchas veces resultan incompatibles si son demasiado ricos y que demasiada información por ambos lados termina en cero información útil. Me dice que al ser así, uno no termina de estar ni en lo uno ni en lo otro, y que eso es muy agresivo, porque le hace a uno pensar que lo están tomando por un bobo. Que a ver si entiende algo, zopenco espectador. Sin embargo, agrega que parece algo así como una apuesta, dejando aparte la cuestión de la locución, y que una apuesta es una toma de riesgo, y que toda toma de iresgo implica un peligro.
En ese punto, yo me recojo los dientes que me ha dejado en el suelo y le digo que ahí hay precisamente una intención: que eso se quería así, un poco, porque se quiere que el espectador se pierda y se vaya a su propio shanghai, y al terminar el corto piense "uy, me perdí algo, o todo, mierda, creo que no entendí nada por estar pensando en la cita, en las guevas del gallo, en el mercado...". Y que sí, que en ese sentido es agresivo, porque es una propuesta que supone cierta participación por parte del espectador, que lo pone en frente de un espejo de alguna manera, y no una propuesta insulsa como las que se ven en las salas de cine (o en su televisión basura, no eso no lo dije) frente a la cual el espectador unpluggea su cerebro y es un receptor menso y sí, sopenco. Bueno, no del todo en esas palabras, pero sí.
En seguida pasa al ataque de los personajes: dice que todos parecen muy cosmo (léase cosmopolitan) y que se pretende figurar el final de una cena donde ya se han bajado varias botellas y se han fumando varios paquetes y en cambio, los muchachos parecen recien bañados, maquillados, bien puestecitos, y además, hay una niña que mira a cámara al principio (fuck!) pero eso no es lo màs relevante, dice. Yo sonrío... y me pregunta porqué... y yo digo, no nada, pero pienso: mierda, si es que de verdad se bajaron esas botellas, y se fumaron esos paquetes y todo el mundo estaba exhausto, y con el más mínimo maquillaje... ¡serán pues unos seres muy cosmopolitan por naturaleza!
Enfin, muy amable don Camilo, gracias por tu tiempo, perdona las molestias. No, no es ni será nunca ninguna molestia si quieres mostrarme más cosas, dice... y salgo de ese decorado tipo CSI Miami con el almita toda encogida y apretando el bolso debajo del brazo con mi cortico dentro, en su sobrecito de DVD.
Camino un buen rato... camino, camino. Y mientras voy caminando, se me va bajando poco a poco el achicopale. Y termino por encontrar, en el fondo, una satisfacción, una alegría incluso, como la revelación de un secretico interno, al principio diminuta la alegría y bien escondida detrás del ego maltratado que se hincha de dolor y rabiectia. Una pequeña satisfacción que va creciendo y que esta noche, ahora que escribo, viene siendo lo único con lo que realmente me quedó de esa entrevista: la voz en off no funciona
Créanme, créanme que yo ya lo sabía. Es la menos peor que hayamos tenido, pero no funciona, y ¿saben porqué? precisamente por lo que dijo el man. La voz no es la de un actor ni la de un locutor, y aunque es profunda y bonita, y aunque se hizo lo mejor que se pudo, no es suficiente. No le supo transmitir nada al texto, no se adueñó de él, le quedó grande, como a los demás que lo intentaron.
Pero, como dice mi comadre con mucha, mucha razón, ya desde el comienzo todos lo sabiamos, lo hablamos, incluso nos pusimos en busca de un locutor profesional, pero igual que pasó en su momento con la búsqueda de una voz femenina que le diera la talla a Ida y Vuelta, y a Helios Fernández, se terminó por sucumbir ante el cansancio y la dificultad, y nos quedamos con esta voz como nos quedamos con la voz de Carolina: conformes por cansados.
Yo eso ya lo había sentido, (juro que no miento, juro que sólo confieso ahora, me confieso), el día mismo que estuvimos hasta las 3 de la mañana grabando y grabando y grabando más, porque no se, porque no llegaba ni remotamente a lo que yo quería, y yo corregía y daba indicaciones y un poco como con mis alumnos que les corrijo y doy indicaciones pero con quienes termino por dejar que maltraten la pronunciación francesa y la conjugación porque qué más da, lo que no se puede no se puede, y porque al final, "aguanta" (detestable verbo a suprimir del diccionario creativo!)...
Y ¡ay! hoy aprendo: ese día terminé por decir Listo! ya está! está muy bien así! porque el técnico de sonido se estaba cayendo del sueño, y porque todos nos caíamos del sueño, y porque no bastaba que quisiera a ese hombre y que él lo estuviera haciendo lo mejor posible porque no se iba a lograr y ya era hora de dejar de intentarlo, y también porque no soy capaz de decir las cosas, por miedo a la ira o al desprecio ajenos, por no querer generar conflicto, por no herir susceptibilidades.... Pero desde ese momento, el cielo me sea testigo, supe que no, que no era, que tampoco era... la voz, digo. Tampoco voy a decir que supe en ese instante que él no era para mí tampoco: eso lo sé ahora.... pero es una tremenda metáfora,¿no?
Uno es que no sigue sus intuiciones aunque lo estén rogando a gritos. Uno se empeña en no ver la señales, se hace el sordo-ciego (que parece que eso existe...) y... bueno: Yo hago eso, y tal vez sólo yo.
El proceso shanghai, como otros procesos, sigue pues en marcha. Es sólo que todo parece difícil ahora, pero es el momento que tiene ese tinte: difícil. Hay que reconstruir convicción, fe y entusiasmo... pero vendrá la hora de emprender de nuevo, de buscar de nuevo, de intentar de nuevo.
Y la verdad... suena raro decirlo estando ante lo que parece un primer y clarísimo fracaso... pero es que no lo es: estoy contenta.
(Felicidad mal habida... no sé. Pero es igual, si total: lo que cuenta es el sentimiento.)

No puedo dejar de citar aquí, a modo de conclusión, palabras de mi comadre, miembro activo de este bló y del trencito: "Lo que pasa, señores, -a modo ya de colofón- y lo que don Camilo no sabe, es que es igual si total siempre hemos sido felices y lo seguiremos siendo embarcándonos en nuestros sueños por el mero placer de hacer lo que se nos da la gana con nuestras horas, con nuestros dias, con nuestras vidas, y que todo el que pase por el lado y se quiera subir un momento a jugar que se suba, y el que no... Me importa? NO."

17 mayo 2009

Neorótica

Hay cosas que me parecen absurdamente desagradables.
Vivo en un lugar extraño. Mucho ladrillo y parches cuadrados de pintura azul gris. Estoy rodeada de martillos, de perros encerrados, de podadoras con pulmonía, de cajas de música que suenan a gritos de niño, de sirenas que se disparan y cesan sin aparente razón... pero creo que eso es pura interpretación mía porque nunca veo nada, ni perros, ni niños, ni jardineros. Todo es invisible. Me asomo a la ventana y sólo ladrillos y parches cuadrados azules. De vez en cuando sombras con forma casi humana detrás de cortinas medio transparentes.
Las llaman “velos”, me dice a veces la hermana. Y al conjunto, lo llaman así, “conjunto”. A veces añaden: "conjunto cerrado". Y otras incluso "conjunto cerrado con portería".
Lo que pasa es que es sumamente desagradable. Es como las siluetas negras que recortan la pantalla cuando ya la película empezó hace como quince minutos. O como el intermitente zarandeo por los golpes en el espaldar de una persona o un niño o un algo que no logra quedarse quieto en el asiento de atrás. O como el juicio, pesado como un párpado con sueño, que cae rotundo y arrogante sobre el que está acusado de un crimen para el cual ese mismo juez se hace instantáneamente culpable por su propio juicio pesado como un párpado con sueño.
“Neurosis”, dijo el analista en voz baja, pero igual no fue difícil oírlo. Y sí, puede ser. A lo raro —que sea bajo o sublime— hay que buscarle etiquetas científicas o artísticas o en todo caso maneras de meterlo en el lenguaje común, lugar en una lista, ítem de una clasificación, casilla de un marco lógico, algo que lo explique porque hay tal necesidad de entenderlo que no se llega nunca a entenderlo del todo.
Y saber que nunca se entenderá del todo es tremendamente angustioso.
Absurdamente desagradable.