14 mayo 2012

Bogotá


Alguien escribió en una novela no muy buena: “... con ese cielo increíble que miente sobre la ciudad que se extiende debajo.” Bogotá es mentira, todo el tiempo.
Nombrada diosa de la roca en las alturas, es en verdad una vestal del diablo, puta sureña y princesa del norte, siempre a punto de romper en llanto. Un maquillaje negro de otras divas le brota por los ojos y no deja de escurrírsele mejillas abajo. Y se pinta color estaño las uñas de concreto a punta de aguaceros y agua bendita y aguardiente. Se las pinta, se las come en punta y las clava en los tobillos de cerros incólumes que viven vomitando neblinas verdes por las fosas nasales y derramándoselas a ella encima. Y ella les clava las uñas y los dientes para no caerse del miserable escenario, demasiado alto para ella y para todos nosotros.
Se dice dueña del aire, pero le arden los ojos. Le duele la luz. Vive con párpados de acero entrecerrados porque está demasiado cerca de una inmensidad que no la quiere, de un cielo a veces tan bajo que parece una pared sucia, embadurnada de blancos y grises.
A ese cielo, otras veces sospechosamente claro, es al que tratan de mentiroso los malos escritores: pero no se puede saber si es él quien miente sobre la ciudad que tiene debajo... no está claro que la haya mirado realmente alguna vez, que la conozca y esté en medida de reconocerla. Tampoco está claro que la ciudad esté bajo el cielo... porque hay momentos... hay momentos en que los charcos inmensos, de plomo inmóvil, son como orificios hacia la verdad: la ciudad real está en verdad debajo de ésta que se ve, se accede a ella por esos orificios, y está patas arriba, como debe de ser, con ese cielo ya debajo de ella como una laguna, donde los árboles se bañan las copas y las casas los tejados.
Bogotá ciudad tarántula que avanza sin darse cuenta, y resbala y se agarra para no caerse de su tacón puntilla. Bogotá torpeza. Bogotá humedad. Bogotá Prometeo. Bogotá sin descanso, sin paz, sin aliento.
Bogotá.

13 mayo 2012

Ibero

Tú, vienes de un linaje de guerreros, pero basta mirarte para saber que en ti no sólo hay sangre de soldados sino sombras de letrados y artistas. Desde el fondo de tu mente se alcanzan a ver las paredes de la ley, y está el freno de Dios en tu mano.