29 abril 2010

Plenilunio de Tauro (o mi última aproximación al Yoga)

para mi hermano, en su plenilunio.

Antes de esta noche, yo ya había tenido un encuentro con el Yoga. Y ya en esa época, la época de Brayan Javier, que se empeñaba en enderezarme el carácter y la espalda, lo uno a punta de quejas, lo otro a punta de Yoga, ya en esa época, venía diciendo, el balance final había sido mitigado tras la irresistible carcajada mía al oír la frase final, que dijo el Brayan muy seriamente, con las manitos formando un aro encima del ombligo e inclinándose levemente. Lo que pasa es que no recuerdo exactamente la frase en sí... tenía que ver con energías vitales dentro del ser superior, o con el imperio de algo... en fín: esa es otra historia. Y digo, para concluirla rápidamente, que había terminado mal, porque el Brayan se había puesto furioso de mi falta de comunión con la fuente universal y las ondas cósmicas.
Anyway: esta noche me fuí muy oronda tipo 8 menos 20 a mi super gimnasio de al lado de la casa, donde daban una clase de Yoga. Como pagué por el acceso a todo, pues porqué no asistir a una clase de Yoga, caray, para darle el chance al asunto y, quizá, reconciliar mis irreverencias con el universo que nos rodea.
Una vez allí, veo que todo mundo agarra una colchoneta y la limpia con el desinfectante de spray, entonces, en Roma haz como los romanos, y heme sentada, descalza, en círculo con otras 20 personas, todas con los ojos puestos en el profesor que inicia su discurso como sigue:
"¿Alguien sabe qué día es hoy?... ¿Nadie?...."
Yo pienso que, como se conocen todos, va a ser el cumpleaños de uno de ellos. Pero no, el profe continúa así:
"Hoy es el plenilunio de Tauro."
Ahí sí, no soy yo la única que alza una ceja y lo mira sorprendida, procurando ocultar el descreído "y a qué viene eso". Algo explica entonces el profe y empezamos los ejercicios de respiración, y agárrense, porque esto vale su peso en... aire. Estamos los 20 participantes acostados en el suelo, cabezas hacia el centro del círculo, palmas abiertas, pies relajados... empieza la voz de este señor a indicar cómo relajar esto y lo otro, en un orden cualquiera, pasa de los hombros a los tobillos y luego vuelve a la cadera y pasa por la coronilla... bastante confuso. Luego.... se queda en silencio varios minutos. Yo sigo en mi empeño de acceder a la plenitud tan solemnemente ofrecida, y respiro profundo, con el vientre, con el pecho, aire adentro aire afuera, cuando de repente, el profe, que se llama Pedro pero al que le podemos decir Peter, suelta:
"Imagínate un paisaje".
Ok, paisaje entonces. Busco y pienso primero en Tenjo, el valle sabanero y los eucaliptos... pero pronto aparece allí mi santa madre pegándome un grito por arrancarle un gajito al cidrón que olía tan bueno... entonces no, cambio, porque como para relajarse no estamos en el lugar adecuado. Pienso... el Tayrona. Ese, ese sí sirve: verde, frondoso, lleno de ruidos de insectos, un camino embarrado hasta las primeras ramas de los árboles, miles de mosquitos hambrientos a la puesta de sol, un verdadero amor perdido desde entonces.... esteeeeeee.... parece que tampoco funciona muy bien el Tayrona. Bueno, rápido, rápido, rápido, busco otro, porque Peter ya está hablando otra vez y diciendo lo que hay que hacer con ese paisaje que yo no he encontrado, y a todas estas me doy cuenta de que la respiración ya está hecha todo un caos, ya no entra hasta el vientre y aire va demasiado fuerte porque retenido durante demasiado tiempo.... Bueno, a ver: la playa blanca de la reserva absoluta de Santa Rosa, en Costa Rica. Aaaaaaaaah…. Ahí estoy: un tris tarde, un poquitín despeinada por el carrerón, pero ya estoy en el paraíso. Entonces sí, Peter, ¿qué dices? Ajá: el verde de la vegetación, check, el azul del cielo, check, los animales si los hay, check, la brisa, check, ya lo voy alcanzando ahí mal que bien en el ejercicio, cuando de repente dice "siente la hierba bajo tus pies"... y ajá: ¿cómo que hierba?... ahí donde estoy no hay hierba.... y parece que soy la única que tiene es arena y no hierba, recórcholis, va a tocar volver a Tenjo. Entre que vuelvo a Tenjo apresuradamente, ocultando con las manos de la mente a la madre histérica, y busco la hierba para ponerla debajo de mis pies, ya Peter está hablando de abrir los ojos y de ir moviendo el cuerpo para incorporarse a la posición de meditación.
Me rasco detrás de la oreja, dejando la playa blanca de Santa Rosa a media relajación y a Tenjo atónito de mi brusco regreso, y me siento en posición de "loto", según Peter, poniendo las manitos en forma de aro encima de ombligo. Tengo en ese momento la extraña sensación de estarme perdiendo algo que todos los demás tienen clarísimo, poco más o menos la sensación que me daba casi siempre el Brayan cuando de repente se ponía digno por vaya usté a saber qué cosa que yo había dicho o hecho, o dejado de decir o hacer.
Pero Peter no da descanso: de repente exclama "sumérgete en el océano de tu ser" con una exagerada articulación de las es y un seseo muy específico en las eses, como el de la tía de Andres López en la Pelota de Letras de "seseaba" el vallenato, y yo entonces sí abro los ojos y se me detiene la carcajada, que estaba más que avanzada garganta afuera, ante la vista de mis compañeros, totalmente en silencio y con los ojos cerrados, todos sumergiéndossse en el ossseano de susssssseresss, sobre todo la señora con la camiseta turquesa que clama "nueva pond's bio-hidratante, para una piel más joven", esto último en cursiva, tipo escritura de médico. Y entonces me doy cuenta: esto no tiene vuelta atrás. No voy a poder tomarme nunca en serio aquello de conectarme con mi ser interno. Mi primer impulso es aprovechar que están todos con los ojos cerrados, pararme muy sigilosamente y salir de allí. Pero... entonces pienso que será fantástico compartirles esto. Tengo que quedarme para ver qué otra perla me saca el Peter. Y ahí es cuando se suelta a hablar del plenilunio de Tauro, y de cómo los Tauros son nobles pero a la vez bravos, porque forma parte del ossseano de sussseresss la dualidad cósssmica toro-vaca (ajá), el toro que defiende con bravura su potrero, ¿ah? no te metas en el potrero de un toro que defiende a sus vacas porque podría irte muy mal, ¿no? y observo que mis compañeros tampoco le han comprado la moto al Peter porque el único que se ríe ante el apunte es él, mientras se multiplican las cejas retorcidas por doquier, pero él sigue: ¿ah? y mira a una vaca, ¿ya le han visto la carita a una vaca? ¿hay algo más noble que eso en el mundo? y sonríe de modo que quiere ser tierno, casi como imitando a la vaca noble aquella, pero es patético, y ya todo el mundo se está poniendo los zapatos, y yo también, y yo a esta clase no vuelvo, chanfle.
La clase se acabó y el Peter se aproxima con cara de pregunta, que sé que me va a preguntar si es la primera vez que vengo, y me debato entre contestarle que sí, y que también es la última, o contestarle que no hablo español ¿talvez mejor? o contestarle educadamente, con una sonrisa de telenovela, que sí señor, sí es la primera vez, o simplemente hacerme la que no lo vió acercarse y salir corriendo mirando mi reloj cómo si se me hubiera olvidado algo, y termino optando por esa última, rapidito hacia la puerta cogiendo de paso mi chaqueta y mirando el reloj porque qué afán el que tengo, ¡no seamos tan bárbaros!
Mañana intento la clase de body pump, a ver qué tal me va.

12 abril 2010

Tarde de lluvia en Bogotá

Me es intensamente misterioso cómo las empleadas de las panaderías saben diferenciar con excelente precisión los cruasanes de jamón y queso de aquellos que traen sólo queso o sólo jamón. Unos y otros son para mí totalmente idénticos. Y he constatado que no es una cuestión de posición en la bandeja, de coordenadas preestablecidas allá detrás de la vitrina. Lo sé porque, al quedarme discretamente espiando los pedidos siguientes al mío, noto que el señor del paraguas de Hertz pide el mismo cruasán de queso que yo, el de sólo queso, y la señorita de gorra y delantal blancos, agarra uno del montón diametralmente opuesto al cual contenía mi cruasán. Se lo entrega al señor que no sabe donde apoyar el encartoso paraguas parasol de Hertz y yo observo la reacción de éste al morder el primer bocado: me parece evidente que dentro de cinco, cuatro, tres, dos, uno, el señor va a hacer una mueca mientras ausculta atentamente el interior del "pan cacho", y luego va a dirigirse hacia el mostrador para que sea corregido el error. Pero no. Pasan los segundos y los bocados, y el señor cuyo paraguas de Hertz terminó en el suelo no protesta por encontrar jamón en su cruasán.
No obstante, con lo resignados que son los colombianos, pienso que tal vez éste decidió quedarse con su cruasán de jamón, o de jamón y queso, para no crear revuelo o para no perder tiempo. Entonces, me acerco y le pregunto. Señor, ese cruasán ¿es de jamón? o ¿de jamón y queso? Nótese la estrategia en dos etapas: primero una pregunta que se contesta por sí o no, e inmediatamente después otra igual, para que combinadas anulen la posibilidad de tan expeditiva respuesta. Además, no le pregunto si es de queso, que fué lo que él pidió, no. Para que no quede la menor duda en cuanto a la naturaleza del relleno del cruasán. Es de queso, contesta y me muestra. Nos miramos asintiendo ambos, como si hubiésemos hecho un importantísimo descubrimiento científico de esos que generan ceños fruncidos de la concentración e índices y pulgares en las barbillas. Gracias, le digo, que tenga un buen día. Y el señor contesta: con este aguacero...! sin terminar su frase: todos sabemos lo que queremos decir con ese inicio de frase... nada en especial. De nuevo asentimos los dos.
Parece que va a escampar, dice el señor. Sí, parece, respondo yo. Y oigo una voz, allá en el mostrador, que pide "un cruasán de jamón y queso, por favor", y cuando miro las manos de la señorita... sin vacilación cogen el cruasán del mismo montón que el del señor.
Es un gran misterio.
El aguacero en vez de escampar, antes tal encrucijada de cruasanes, arrecia. Termino por acercarme a la señorita del mostrador, para preguntarle cómo es posible que ella sepa a ciencia cierta, siempre, cual cruasán contiene qué. Le digo que he estado observándola y que los cruasanes son visiblemente idénticos vistos de por fuera, y están dispuestos aleatoriamente, entonces, me parece sospechoso que ella sepa siempre elegir el que es. Tal vez, sugiero sin ánimo de ofender, juega ella a una especie de ruleta rusa de cruasanes, entregándole a cada cliente uno al azar y apostando sobre el relleno que traerá, y en tal caso, me gustaría saber cuales son sus estadísticas... me detengo cuando constato la mirada atónita de la mujer que, al ver que me detengo, frunce el ceño y me dice: ay, coja oficio, ¿sí? y se va hacia la parte de atrás, la bodega.
El misterio quedará pues sin resolver. Y es igual, si total: afuera siguen lloviendo perros y gatos.