21 febrero 2009

Requiem

Me gusta la idea de una vida sin tragedias, de un amor sin tragedias.
Ningún amor dura lo que quisiéramos que dure: unos se acaban antes de que estemos listos para su final, otros duran mucho más de lo que pensábamos. No me sentí lista para enamorarme nunca. Tampoco me he sentido lista cuando se me han ido los que amaba.
Y siempre es una tragedia. Una tragedia por todo aquello que habíamos puesto en el tiempo a venir, todo aquello que de repente parece muerto cuando antes parecía semilla. Y entonces, desolados, nos toca emprender el regreso hacia un presente en el que tal vez nos hubiera gustado poner todas esas cosas que se quedaron sin nacer, o sin crecer.
Hoy se terminó mi amor. Lo vi irse por las horas de la mañana, que inexorables parecían estárselo llevando a cada palabra. Lo vi irse en cada beso agotado, como si los besos hubiesen estado contados desde el principio. Lo vi irse por la acera de mi calle, desde mi balcón, paso a paso, sin mirar atrás, o tal vez sí, pero yo ya me escondía para empezar la ardua tarea de calmar el temblor del alma.
Lo vi irse, con tanta tristeza que no hubo lágrimas, con tanta alegría por lo que fue, con tanto duelo por lo que pudo haber sido.
Y la soledad desplegó sus alas para cubrirlo todo como de ceniza.
De cenizas.